25 mar 2012

El Príncipe Azul

         

          Ana aún seguía pensando que los príncipes azules existían. Que vendrían a salvarla de esta vida monótona y aburrida en un corcel blanco, para llevarla a un reino donde vivirían felices. Pero su príncipe se resistía, los que iba encontrando más que príncipes, eran ranas que por mucho que besara no conseguía transformar. 


            Aquella noche de viernes empezó como las demás. Sus amigas y  una copa antes de la cena. Todo tenía la pinta de que iba a transcurrir como siempre pero al salir del café alguien le cedió el paso abriéndole la puerta. Su aspecto era refinado, bien parecido, delicado pensó. Sus ojos se cruzaron un instante, el suficiente para saber que ya era suya.

            El resto de la semana sólo pudo pensar en un próximo encuentro fortuito, así que tentando a la suerte volvió al café . Sus ojos volvieron a cruzarse, pero esta vez ya no se separaron. Lo que empezó como una casualidad, terminó en una relación idílica, demasiado perfecta para ser cierta. Ana por fin había encontrado a su príncipe de cuento. Sus amigas no daban crédito, incluso insistieron en lo sospechoso de su conducta, esa perfección y delicadeza que le profesaba no podían ser ciertas, era demasiado artificial. Pero a ella le daba igual, era pura envidia. En el último mes a ninguna de ellas le esperaban a la puerta del trabajo todas las tardes con una rosa en la mano.

            El lunes diecisiete, Ana,  no fue a trabajar. Inés, su amiga, confesó lo ilusionada que estaba. Él le había prometido que ese fin de semana iba a ser especial. Así que dieron por hecho  una fuga romántica con boda incluida. El viernes veintiuno, la noticia ocupó la primera plana de los periódicos. Ana fue encontrada en su apartamento. Su asesino fue extremadamente delicado. Se encontraron restos de un sedante en la copa de vino que le indujo al sueño. Luego, le fue extraída hasta la última gota de sangre. Fue una muerte dulce. Su asesino quiso que la palidez de su piel se asemejara a las muñecas de porcelana. Como éstas, fue vestida e incluida en una escena  perfectamente equilibrada, salvo porque la muñeca era Ana, la que hasta su último suspiro siguió pensando que había encontrado a su príncipe azul.


                                                                                                        Jesús Coronado